Recuerdo muy bien, que de pequeña me encantaba coger los libros de arte que tenían mis padres en su librería, y que me entretenía admirando sus hermosas fotografías.
Especialmente disfrutaba mucho hojeando la obra de los impresionistas. Me embelesaba el colorido y la luz, la acción, el movimiento, el sentir que yo tenía que completar el cuadro de alguna manera porque sin mí no estaba completo.
Años aquellos en los que yo no podía disfrutar de los baños veraniegos, ni de la alegre luz estival. Sin embargo había unos cuadros de un pintor que me sosegaban el deseo de sentir el verano, me daba frescura y alegría y envidia al ver las hermosas escenas en la playa que él tan bien representaba. Me parecía escuchar las risas de los niños, el ajetreo de los juegos infantiles, la regañina de las madres para que sus hijos salieran del agua, la dulce brisa acariciando los cuerpos, la luz del sol lamiendo la orilla, las chispas de oro y las gotitas de agua saltando del cuadro, la música de las olas…
En verdad, antes de conocer el mar ya lo había sentido en los cuadros de Sorolla, pintor de la luz del Mediterráneo y embajador de deseos para los que como yo no podíamos disfrutar del agua.
Yo no entiendo nada de arte, sólo se, como decía Chéjov, lo que me gusta y lo que no. Y Sorolla me gusta.
Especialmente disfrutaba mucho hojeando la obra de los impresionistas. Me embelesaba el colorido y la luz, la acción, el movimiento, el sentir que yo tenía que completar el cuadro de alguna manera porque sin mí no estaba completo.
Años aquellos en los que yo no podía disfrutar de los baños veraniegos, ni de la alegre luz estival. Sin embargo había unos cuadros de un pintor que me sosegaban el deseo de sentir el verano, me daba frescura y alegría y envidia al ver las hermosas escenas en la playa que él tan bien representaba. Me parecía escuchar las risas de los niños, el ajetreo de los juegos infantiles, la regañina de las madres para que sus hijos salieran del agua, la dulce brisa acariciando los cuerpos, la luz del sol lamiendo la orilla, las chispas de oro y las gotitas de agua saltando del cuadro, la música de las olas…
En verdad, antes de conocer el mar ya lo había sentido en los cuadros de Sorolla, pintor de la luz del Mediterráneo y embajador de deseos para los que como yo no podíamos disfrutar del agua.
Yo no entiendo nada de arte, sólo se, como decía Chéjov, lo que me gusta y lo que no. Y Sorolla me gusta.