La razón: fría, calculadora, equitativa, objetiva, inteligente, planificadora, resolutiva, analítica,…Los sentimientos y las emociones: impulsivos, irracionales, contradictorios, profundos, superfluos, ambivalentes, incontrolables,… El ser humano: el exponente de esta dualidad entre razón y corazón.
Desde pequeños nos educan para que la continua toma de decisiones a las que está abocado el hombre se haga desde el raciocinio. Hay que pensar, no podemos dejarnos llevar por las emociones, tenemos que sociabilizarlas e ignorarlas si se contradicen con nuestros intereses pensantes. ¿Cuántas veces hemos actuado de forma correcta y sin embargo se nos queda la sensación de fracaso?.
Enseñamos a nuestra mente a observar, seleccionar, decidir y memorizar, y dejamos que nuestro corazón nos lleve; sin enseñarle que la resistencia a la frustración, que el amor propio y a los demás, que la motivación, que el control del stress y de la ansiedad, que la perseverancia;… son llaves que nos permiten alcanzar con éxito nuestras metas.
Olvidamos con mucha frecuencia que el desarrollo de la persona debe de ser integral, que nuestras neuronas deben de escuchar a las emociones y no sólo controlarlas, que debemos desarrollar tanto la inteligencia personal como la interpersonal y la emocional; que el auto-conocimiento, auto-control, auto-motivación y empatía debe ser un llavero que nunca deberíamos perder.
Decía Pascal: “El corazón tiene razones que la razón no entiende”. Para estar satisfechos con nuestra vida no sólo tenemos que actuar con inteligencia, sino también con coherencia. El hombre es sentipiento , y sólo desde el sentipiento puede alcanzar un desarrollo pleno y feliz.